jueves, 28 de marzo de 2013

Pertrechos para días de lluvia


Cuando llueve a mares y durante semanas, como últimamente, cada uno se plantea su estrategia para sobrevivir. Para mí, existen dos pertrechos dignos ante semejante corte de mangas atmosférico: comida que le hace la higa a la dieta mediterránea y películas de Judy Garland. Bueno, en realidad hay una tercer pertrecho digno, pero no queremos entrar en detalles y vernos obligados a preguntar a los lectores si son mayores de 18 para que puedan entrar en el blog. ¿Veis? A pesar de todo, el ánimo no ha decaído del todo: he dicho “preguntar a los lectores (..) para que puedan entrar en el blog” en un tono tan convincente que casi os ha hecho creer que yo pienso que tales lectores existen. Jajaja. Bien. Volvamos a Judy, que, en realidad, también tiene algo que ver en ese acceso de optimismo.
Hasta hace poco menos de un año, la única peli de la Garland que había visto era, como la mayor parte de la gente, El mago de Oz (The wizard of Oz, Fleming, 1939), y me encantaba, por supuesto. Uno de esos azares de la vida hizo que recibiera como regalo un cofre enorme con parte de la filmografía de la actriz, así que, poco a poco, fueron cayendo una tras otra Cita en St. Louis (Meet me in St. Louis, Minnelli, 1944), El pirata (The pirate, Minnelli, 1948), Desfile de Pascua (Easter Parade, Walters, 1948), Las chicas de Harvey (The Harvey girls, Sidney, 1946), Por mí y por mi chica (For me and my gal, Berkeley, 1942), Los hijos de la farándula (Babes in arms, Berkeley, 1939), Chicos en Broadway (Babes on Broadway, Berkeley, 1941) y Ha nacido una estrella (A star is born, Cuckor, 1954). Para entonces, y a pesar de Mickey Rooney, ya era una adicta completa, aunque aún no había secuestrado una farmacia para hacerme con anfetaminas. Problema: aparte de los anteriormente citados y alguno que otro más (gracias a esa estupenda nueva colección llamada Cine Club), en España no se encuentran editados en dvd los demás títulos de su filmografía. Será porque somos más de secano y la gente no necesita pertrecharse tantas veces contra la lluvia (o tal vez es que se recurre preferentemente al tercer pertrecho; hay gente para todo).

Esta tarde, Amazon mediante, hemos visto Love finds Andy Hardy (Seitz, 1938) y, a raíz de eso, se me ha ocurrido compartir algunos de los momentos que más me gustan de Judy. Por orden cronológico, y saltándome El mago de Oz y Cita en St. Louis -por ser las más famosas- y El reloj (Minnelli, 1945) -por merecer tamaña obra maestra post aparte-, aquí van:

Nadie sabe que Judy existe

Ese sentimiento lleno de autocompasión que caracteriza la adolescencia fue encarnado por Judy durante casi un lustro. La encontramos película tras película en el papel de niñas llamadas Betsy o Mary o Penny o Patsy enamoradas de un chico que a ellas les parece rebosante de personalidad y que no les hace ni caso. Los demás mortales llamamos a ese chico, simplemente, Mickey Rooney, pero, oye, para gustos, los colores. Él, por su parte, persigue a chicas llamadas Cynthia o Rosalie o Barbara, más bien rubias y tirando a pelanduscas; a veces son, incluso, Lana Turner, que también empezó como artista infantil y llegó a tomar helados y batidos en algunas películas antes de los combinados alcohólicos de alta graduación de El cartero siempre llama dos veces (Garnett, 1946). 




Así que ahí tenemos a Judy: en casa de su abuela/detrás de una ventana/en las bambalinas de un escenario, lamentándose. Hay decenas de escenas que podrían ilustrar esta etapa, pero yo he escogido una de  Armonías de juventud (Strike up the band, Berkeley, 1940), en la que Garland, como buena proto-solterona, trabaja en una biblioteca. Esta vinculación, tan fértilmente arraigada en el imaginario popular, entre el fracaso amoroso femenino y la lectura merece post aparte, a ver si me animo otro día.
Por el momento, aquí tenemos a Judy “Bibliotecaria” Garland, harta de experiencias vicarias de papel:



¡Compren bonos de guerra en este mismo cine!

El paso del estrellato infantil a los papeles adultos se ha llevado por delante no pocos nombres célebres. Ahí están, por ejemplo, Shirley Temple (quien, por cierto, hubiera podido protagonizar El Mago de Oz; menos mal que Dios proveyó) o Margaret O’Brien o Marisol o Macaulay Culkin.
                                                                                                                         El tiempo pone a cada cual en su sitio.
En otras ocasiones, la transición cuaja en una carrera adulta de éxito; muestra de ello serían las de Elizabeth Taylor, Natalie Wood, Scarlett Johanson o la propia Garland.

La transformación es paulatina y resulta difícil decidir en qué película exactamente Judy ha dejado de ser, de forma definitiva, el patito feo ansioso por abandonar el papel de espectador de la vida y zambullirse de lleno en ella. He leído por ahí que Little Nellie Kelly (Taurog, 1940) podría contener los primeros indicios de ese cambio porque muestra el primer beso “de verdad” de la actriz en pantalla. Puede ser. Sin embargo, para mí algo hace click en la visión de Judy después de For me and my gal. La primera mitad de la peli sigue el esquema de los musicales con Mickey Rooney, pero sin Mickey Rooney. El amor aparentemente imposible de Garland, todavía ninguneada e ignorada en el primer vistazo (ese que no ve las grandezas del alma, sino simplemente las del escote), es aquí Gene Kelly, hombre de estatura y testosterona no desdeñables, sobre todo si se le compara con Mickey Rooney. Esta ya no es una pasión adolescente, sino adulta (bueno, todo lo adulta que puede consentirse dentro de la MGM) y el cambio de partenaire ayuda a que nos demos cuenta, con independencia de que el papel de Garland sea, en esencia, el mismo.

La segunda mitad del metraje convierte For me and my gal en una película de propaganda bélica y el tono despreocupado del comienzo sufre un giro bastante bien llevado que desemboca en drama. Personalmente, y disintiendo de Augusto Torres (como, por otra parte, suele sucederme), prefiero esta segunda mitad de la película a la primera. La propaganda nos ha dejado excelentes películas, y, el que no lo crea, que se eche un vistazo a Casablanca (Curtiz, 1940). O a Los verdugos también mueren (Hangmen also die, Lang, 1943). O a Pasaje a Marsella (Passage to Marseille, Curtiz, 1944). En el caso de For me and my gal, además, nos brinda una muy buena interpretación dramática de Garland y la única de este tipo que yo le recuerdo a Gene Kelly, al que impresiona no ver sonriendo (¡sí, podía relajar los músculos faciales!).

La escena que he escogido pertenece a la primera parte de la peli, pero hay algo en el peinado y la corbata de Judy que ya nos hace pensar que, pese a la ligereza supuestamente improvisada de este baile maravilloso en una cafetería, las cosas se van a poner serias y tristes.

La venganza bibliotecaria

Loco por las chicas (Girl crazy, 1943) es la última película de la pareja Rooney-Garland y quizá mi preferida de las nueve que protagonizaron juntos. Las tornas por fin han cambiado y ahora es Mickey quien asedia a una Judy que cuenta los admiradores y las peticiones de matrimonio por arrobas. Muchísimo más delgada (¿flaca, tal vez?), le da calabazas con acento sureño al niño pijo de ciudad que se propone conquistarla. ¡Viva la venganza bibliotecaria!


Judy (contra)hecha Gilda

Si uno teclea “Judy Garland” en Google, posiblemente la función autocompletar termine sugiriéndonos alegrías tales como “drogas”, “crisis”, “alcoholismo” o “sobredosis” para rematar la búsqueda. Se ha hablado mucho del potencial dramático de esta actriz, dentro y fuera de su vida privada, de su nominación al Oscar por Ha nacido una estrella, de su carácter difícil y su inestabilidad emocional en los rodajes. Lo que no resulta tan frecuente es encontrar referencias a la extraordinaria vis cómica de Garland, y eso que es un punto sobre el que su hija, Liza Minnelli, ha insistido en todas las entrevistas en las que, de forma implacable y machacona, le preguntan por los excesos de su madre. Personalmente, me parece evidente el gancho de Judy como actriz cómica desde los tiempos de las películas con Mickey Rooney, y, si no, ojo a las caras que acompañan a sus réplicas en esta escena de Love finds Andy Hardy (¡tiene 15 años!).
En cualquier caso, hay por lo menos dos cosas que diferencian a Garland de otras actrices de musical: canta con garra y no cuela como princesita. Por eso hace payasadas. Y qué bien le quedan. Pruebas:
3. Con pistolas defendiendo los beef-steaks de su restaurante en el salvaje oeste:
"Se va a escribir un crimen y no tendrás que deducir nada, Angela"
                             
También se viste de dama glamourosa y pletórica de estilo. Se pone lentejuelas y demuestra que ya no es cierto aquello de “My dad says I should bother more about my lack of grammar. Huh, the only thing that bothers me is my lack of glamor!” (Love finds Andy Hardy). Puede ser igual de guapa que las femmes fatales de la época, pero prefiere reírse de ellas. Por cierto, ¿a quién parodia en este fragmento de Ziegfield Follies (varios directores, 1946)? A mí sus ademanes –exagerados aquí, por supuesto- me recuerdan mucho a los de Rita Hayworth en Gilda (Vidor, 1946), pero las dos películas son del mismo año, no sé si será posible. También hay abundantes muestras por la red de lo ridículo que le parecía el sex appeal basado en la languidez made in Marlene Dietrich; ¿irán por ahí los tiros? Se admiten apuestas y sugerencias:


“Don’t call me pure soul; it irritates me!”

Esta es una de mis frases cinematográficas favoritas; quizá dediquemos un post a otras interesantes algún día si nos da por ahí. "Don't call me pure soul; it irritates me!"; qué corta es y cómo le da la vuelta a todos los tópicos femeninos del cine en general y del musical en particular. Por lo demás, la escena, perteneciente a El pirata, rebosa una carnalidad -desprendida por una Judy tan hipnotizada como desbocada- que llega a asustar al personaje de Gene Kelly (fijaos bien en el julepe que le da en el minuto 01:26). ¡La niña recatada de MGM lleva un volcán caribeño dentro!

O al revés, la niña picaruela de la MGM (ese muslamen al aire…) guarda un alma de dulzuras en granjas de Michigan. Por cierto, ¿sabíais que esta era la canción favorita de la reina de Inglaterra? Mujer de gustos sencillos, por lo que se ve.


Señales del apocalipsis


Para terminar, un cotilleo. Hace tiempo amenazan con un biopic de Judy, a quien, en base a que es morena y canta desafinando sólo dos de cada cuatro notas, interpretaría Anne Hathaway. En fin, si al final lo perpetran, la veré seguro, pero… las comparaciones son odiosas:


"¿Va en serio?"

                                                                                                                              
                                                                                                                            
                                                                                                                                 
                                                                                                                                           

martes, 26 de marzo de 2013

Barbara, de buena.


Cuantas más películas veo de Mitchell Leisen (EEUU, 1898-1972), más me convenzo de que es uno de los grandes. Bastaría para afirmarlo con Si no amaneciera (Hold Back the Dawn, 1941) o La vida íntima de Julia Norris (To each his own, 1946), pero hay quien, como nuestro amigo J.B., le atribuiría el mérito a Billy Wilder, que ejerce de guionista en la primera, o, -y esto es más personal-, a los encantadores dientes torcidos de Olivia de Havilland. Bueno, ni el uno ni los otros participan en Mentira latente (No man of her own, 1950) y, tanto yo misma como, si eso no os resulta definitivo, El Corte Inglés, la consideramos un “imprescindible”.
Nos gusta más esta colección que a un tonto un lápiz

El arranque de la peli a mí me recuerda a Rebeca (Hitchcock, 1940), por la voz femenina en off y esa cámara que parece flotar oníricamente y que recorre los espacios para acabar en un flash-back. Por cierto, qué timbre tan seductor tiene la Stanwyck; eso no os parecerá nuevo. Ahora bien, creo que es la primera vez en que la veo cambiar el rol de dominatrix por el de atormentada víctima. Al final, como si alguien hubiera pensado: “Seamos serios… ¡es Barbara!”, saca la pistola y se le pasa por la cabeza atentar contra el quinto mandamiento, aunque sólo por celo extremo al tercero (un poco sui generis-mente) y como por lavarse de la impureza de haber infringido el cuarto. En cualquier caso, si habéis tenido que consultar la Wikipedia para recordar la numeración de lo recogido en las Tablas de la Ley y entender lo anterior, os sugiero que tratéis de desquitaros localizando las diferencias entre la Stanwyck de la primera parte de la peli y la Ingrid “Caralavada” Bergman de la etapa Rossellini:


¡Barbara con cara de buena!
¡Ingrid con cara de mala!

Otro punto memorable de Mentira latente son las escaleras. Reconozco mi debilidad por este elemento del decorado, y, con ello, me congratulo de mi buen gusto/inestabilidad mental, al coincidir con Hitchcock, para quien, al parecer, resultaban fascinantes. Hay un catálogo surtidísimo de escaleras en esta película, en una gama que oscila de lo más sórdido (las del piso neoyorkino de Lyle Bettger) a lo más burgués (las que baja Barbara para poner el árbol de Navidad luciendo en brazos a su hijito bastardo… y no, no me refiero al del Belén, que estos son protestantes y, por tanto, iconoclastas). Las mejores, sin embargo, son las que sube John Lund para deshacerse del cadáver de su ¿cuñado? en las vías del tren: varios tramos de peldaños metálicos y, a contraluz, el apuesto Sigfrido de bigotón teutónico lleva a cuestas los despojos del nibelungo chantajista, mientras el silbido del ferrocarril se oye a lo lejos y vemos el humo de la locomotora, señal de que hay que darse prisa en quitarse el muerto de encima (literalmente). Último tramo de escaleras, el héroe desaparece entre el humo y lanza el cuerpo, que cae como un fantoche. Un verdadero ascenso a los infiernos, genial por realización y fotografía. ¡No os lo perdáis!

Por cierto, como digresión y para acabar, qué cara más dulce tiene Phyllis Thaxter. Estos días me la he tropezado también en El honor del capitán Lex (Springfield rifle, André DeToth, 1952), ya es casualidad.












En sus comienzos trabajó para la MGM y, luego dirán de las tiranías de Louis B. Mayer, pero el hecho de que ni siquiera le hiciera cambiarse lo de Phyllis por otra cosa con más gancho revela que también él, como la gente del pueblo, tenía su corazoncito. ¿Quién sabe? Quizá por eso la matan en un tsunami ferroviario a los cinco minutos de película.


Mentira latente (No man of her own). 1950. Mitchell Leisen (dir.). Barbara Stanwyck, John Lund, Jane Cowl, Phyllis Thaxter, Lyle Bettger (actores).